miércoles, 14 de junio de 2017

La Caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe: indicios del derrumbe

Los tres indicios que tienen directa relación con el derrumbamiento de la casa de Usher son los siguientes: el aspecto físico y deteriorado de la casa; enfermedad de Lady Madeline y la enfermedad de Roderick Usher, los cuales desembocarán en el derrumbe literal de la morada.
El narrador describe la casa que, además de ser excesivamente antigua transmitía una sensación de tristeza. Sus ventanas se podían asimilar a ojos vacíos, los árboles están marchitos, los juncos eran siniestros, excesivamente antigua. Había algunos detalles que podrían anunciar su caída: “aparte de este indicio de la ruina general la fábrica deba pocas señales de inestabilidad. Quizá el ojo de un observador minucioso hubiera podido descubrir una fisura apenas perceptible que, extendiéndose desde el tejado del edificio, en el frente, se abría camino pared abajo, en zig-zag, hasta perderse en las sombrías aguas del estanque” (172).
La enfermedad de Lady Madeline era la catalepsia “Una apatía permanente, un agotamiento gradual de su persona y frecuentes aunque transitorios accesos de carácter parcialmente cataléptico eran el diagnostico insólito” (175). Su hermano dice que ella es tiernamente querida, una víctima de una cruel enfermedad que pronto la llevará a su tumba.
Roderick, por su parte, también padece de enfermedades y malestares del alma y por lo mismo llama e invita a su amigo a la casa. Tiene una tez cadavérica, habla ronco, y, sin más ni menos, es un hipocondriaco, le aterra el futuro. No queda claro en el cuento si Roderick amortaja a su hermana a propósito o si realmente (e inocentemente) creyó que estaba muerta. Lo que sí es cierto es que, luego de haberla dejado encerrado en la cripta con la ayuda del narrador, su locura se intensifica a mediado de que van escuchado los ruidos. Dice el narrador: “Y entonces, transcurridos algunos días de amarga pena, sobrevino un cambio visible en las características del desorden mental de mi amigo” (178).

No es coincidencia que en el cuento existan múltiples atisbos que anuncien lo que pasará, pareciera ser que todo desemboca en la caída de la casa. Por ejemplo, la rapsodia, que, según el narrador, era una muestra acabada de la conciencia de Usher, la cual, utilizando un lenguaje retórico indica que la casa caerá y por supuesto, junto a él y a su hermana. Esta trata de un pasado glorioso, que puede interpretarse con directa relación a la distinguida y venerada familia Usher, pero que de un momento a otro comenzó a debilitarse pues “criaturas malignas invadieron, vestidas de tristeza, aquel dominio” (176), criaturas o energías que según Roderick tenían influencia de lo material de la casa al espíritu de sus habitantes. Esta información toma sentido cuando el narrador confiesa: “iba advirtiendo con amargura la futileza de todo intento de alegrar un espíritu cuya oscuridad como una casualidad positiva, inherente, se derramaba sobre todos los objetos del universo, físico y moral, en una incesante irradiación de tinieblas” (175), es decir el ambiente, la atmósfera se encuentran como elementos intensificadores en el temple enfermizo de los hermanos, concluyendo tanto en el derrumbamiento de lo material, que es el aspecto físico y la forma, en conjunto con la sustancia, que es el espíritu de los últimos de la raza Usher.

sábado, 10 de junio de 2017

Reseña: Bartleby de Herman Melville

La historia de Bartleby es narrada por un abogado y se sitúa en Nueva York, específicamente en Wall Street, un lugar considerado para la época el más concurrido en donde el movimiento y la rapidez de la vida era patente, pues ahí se comenzaba a gestionar el centro mundial de comunicación, comercio e industria. Las oficinas del narrador se ubicaban en un piso alto del X° Wall Street: “Este espectáculo era más bien manso, pues le faltaba lo que los paisajistas llaman animación. Aunque así fuera, la vista del otro lado de la ofrecía, por lo menos, un contraste. En esta dirección, las ventanas dominaban sin el menor obstáculo una alta pared de ladrillo, ennegrecida por los años y por la sombra” (2).
            Cerca de esas ventanas sombrías y sin vista alguna se ubicaría Bartleby, el cual se mostró como un trabajador ejemplar: “no se detenía para la digestión. Trabajaba día y noche, copiando, a luz del día y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me hubiera encantado aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente” (5). Días después, mientras que la expectativa del narrador esperaba una obediencia inmediata, -así como cualquier trabajador inmerso en el agitado mundo neoyorkino debiese actuar- se encontró con una insólita respuesta: “preferiría no hacerlo” que desde aquí a lo largo de la obra dominará el discurso del personaje.
La perplejidad del empleador no se basaba en el enojo que fácilmente podría describir a cualquier jefe, sino que lo que más le dejaba atónito era pensar: “Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o impertinencia, en otras palabras, si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta” (6). De este punto en adelante, en lugar de una evolución del personaje Bartleby, se presenta una regresión en su desempeño laboral. Todos los copistas estaban obligados a examinar su propia copia, pero Bartleby sólo hacía la primera parte, siendo el narrador quien debía hacer este trabajo con sus otros empleados. Sin embargo, la justificación que el narrador tenía para ello era extraer entre sus raras peculiaridades, cualidades como: “Su aplicación, su falta de vicios, su laboriosidad, […] su calma, hacían de él una valiosa adquisición” (9).
Pronto el narrador vería su oficina invadida por Bartleby, pues este la había convertido en su residencia, y el gran problema de esta situación era que el interés filantrópico del narrador no hallaba lugar, era incapaz de ayudar: “podía dar una limosna a su cuerpo [a Bartleby]; pero su cuerpo no le dolía; tenía el alma enferma, y yo no podía llegar a su alma” (11).

De pasar a ser copista, a querer quedarse siempre en la oficina al punto de dejar de seguir copiando causó que el narrador sintiera terror al pensar que esto ya le estaba afectando seriamente en su estado mental, pues Bartleby hacía lo insólito, lo que nunca debiese suceder como lo era el hecho de establecerse en su oficina sin ofrecer ningún tipo de servicio como una carga inútil, hizo de esta forma lo imposible a posible, es decir, algo extraordinario (13). Por consiguiente, el narrador con fracasados esfuerzos de liberarse del siniestro personaje, se tuvo que mudar de oficina. Bartleby se quedó estancado e inmóvil. Nadie pudo sacarlo, y a pesar de que el narrador haya hecho todo lo “humanamente posible” por salvarlo de su miseria (19), llegó a tal punto de ser tomado preso por vagabundo. En la cárcel, en un sereno ambiente con espesos muros, sin ruido y un suave césped se encontraba acurrucado, consumido en vida, consumido por una sociedad indiferente, y consumido por su pálida desesperanza de haber sido, según los rumores, un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington. 

Características Samuel Pickwick de Los papeles póstumos del Club Pickwick, Charles Dickens

El personaje ficticio de Mr. Pickwick reúne tres características esenciales: es un observador de la naturaleza humana y por sobre todo, inocente e íntegro. La primera descripción lo expone como un personaje nada de extraordinario, pero que sólo un buen observador podría apreciar su gigantesca mentalidad: “su erguido cuerpo ponía de manifiesto sus tirantes y polainas, prendas que si vestidas por un hombre vulgar hubieran pasado inadvertidas, usadas por Pickwick –si se admite la expresión–  inspiraban veneración y respeto espontáneos” (3).
Sus intereses y curiosidad se centraban básicamente los objetos circundantes, toda la simpleza denotaba algo singular, le gustaba observar momentos tales como: los perfumes del jardincillo, el verde profundo de los prados brillaba con el rocío de la mañana, los hombres andar de allá para acá, etc. Todo aquello le hacía caer en éxtasis y, por lo tanto, era digno de ser anotado en su libreta. Adicional a esto, le atrae profundamente las pasiones y flaquezas humanas: “Él aseguraba que si alguna vez el ardor de la vanidad brotaba en su pecho, el deseo del bien del humano linaje se sobreponía y se ahogaba aquélla. Si la alabanza de los hombres era su trapecio de equilibrio, la filantropía era su clave de seguridad” (4).
Se puede divisar el carácter intachable del personaje -sin abandonar el tono cómico- en el episodio de la ceremonia del ejército con la “caza” del sombrero: “Pocos momentos hay en la vida de un hombre en los que experimente más grotesco desconsuelo o en los que halle menos piadosa conmiseración que cuando persigue su propio sombrero. No poca sangre fía y un grado excepcional de prudencia se requieren para capturar un sombrero” (49). Definitivamente la figura de Pickwick no dudará en mantener la dignidad y no se rendirá ante los problemas como su tendencia letárgica, su gusto por beber, pues no se trata de un personaje perezoso, su entereza moral era intransable.
Adicional a esto último, su rectitud estaba acompañada la inocencia propia de un pickwickiano, lo cual desembocará en un gran conflicto con la señora Bardell, ya que Pickwick es malinterpretado cuando ésta última piensa que le están ofreciendo matrimonio mientras que en realidad el señor Pickwick sólo trataba de anunciarle un asunto con un criado.
La primera reacción de Pickwick al ver que la señora se lanzó sobre él fue decir: “¡Dios me valga! –gritó asombrado Mr. Pickwick–. ¡Señora Bardell, amiga mía… querida, qué situación… tenga en cuenta… señora Bardell, por Dios… si alguien viniera!” (151). Claramente en esta escena se confirma la preocupación por el personaje de ser una persona que aspira a mantener su estatus intacto para no despertar malas impresiones en sus discípulos. Este recurso del mal entendido, propio de la comedia, es lo que finalmente lo lleva a la cárcel.
Cuando recorre la prisión, se presenta la cruda realidad vista por sus inocentes ojos. Inmediatamente le llama la atención el espacio inhumano de las celdas de la cárcel (542) y se establece la cuestionarte ¿qué es la prisión? A los ojos del señor Pickwick, un lugar en donde no parecía ser un castigo, ya que todos bebían y estaban despreocupados, los inocentes morían, es decir, una fiesta para quien vive en las tabernas, pero un castigo para los trabajadores (545). Su filantropía no queda exenta de la escena, pues fija su interés por la mujer con el niño en brazos: “Era esto demasiado para el dolorido corazón de Mr. Pickwick, que se fue a acostar más que aprisa” (548).

Sin duda todas estas características son las que reúnen el verdadero “sentimiento pickwickiano” que tiene como aspiración la “benevolencia para todo el mundo como rasgo característico de la teoría pickwickiana” (17), en donde el personaje destaca por buen humor, sus entusiastas observaciones y por su alegría e ingenuidad.

Rasgos realistas presentes en Moby Dick de Herman Melville

Las estrategias y recursos utilizados por Herman Melville se pueden apreciar, por ejemplo, en el capítulo XXIV donde se exponen temas mediante un tratamiento serio. En este caso, se representa a los cazadores de ballenas de manera fiel y con la seriedad necesaria para exponer no sólo aspectos externos, sino que también internos. Se alude al aspecto honorífico de los balleneros, pues no son meros matarifes como dice el narrador, sino que responsables de muchos beneficios y avances para la sociedad como lo es el combustible de los candelabros, lámparas; el hecho de ser responsables de la emancipación de Perú, Chile y Bolivia de la corona española (176), entre otros. Se presenta al ballenero de una manera digna, “más poética”, ya que se exponen los grandes sacrificios que éstos deben soportar: “Pero si, a la vista de todo esto, seguís declarando que la pesca de la ballena no tiene conexión con recuerdos estéticamente nobles, entonces estoy dispuesto a romper cincuenta lanzas con vosotros, y a descabalgaros a cada vez con el yelmo partido” (176). Cuando el narrador dice: “mirad que somos y hemos sido los balleneros” apunta no sólo a su desempeño ballenero, sino que a un sentimiento de correspondencia con una clase social en la que él se identifica y se enorgullece. Esto último, en conjunto a lo extenso del discurso identitario responde a la gran característica del realismo que Meville abordará a lo largo de la obra.
El hecho de que en la novela ficcional se relacione con lugares como Nantucket, además de nombrar países y procesos históricos reales se entiende como anclaje histórico, pues la novela aspira a ser una crónica de su tiempo. Asimismo, pretende a provocar en el lector el efecto real de que hay rumores sobre Moby Dick en base a datos alusiones referentes como por ejemplo la Historia Natural de Cuvier o sobre “la sed de sangre” de la que habla Povelson, ya que son una forma de justificar su relato, pues hay “notables documentos que pueden ser consultados” (266). La terrible fama del cachalote, por lo tanto, no es arbitraria: “De modo que aquí, en la real experiencia vivida de hombres vivos, narraciones fabulosas como los prodigios relatados antiguamente sobre la sierra de la Estrella en Portugal, tierra adentro […] y aún más prodigiosa historia de la fuente Aretusa, […] quedaban plenamente alcanzadas por las realidades del ballenero” (267).

Adicionalmente, uno de los recursos para esta representación fidedigna recae en mostrar en forma minuciosa los hábitos y costumbres de los personajes. En el caso del capítulo XLI, se hace una descripción muy clara en la psicología del personaje Ahab: “En su corazón, Ahab entreveía algo de esto, a saber <Todos mis medios son cuerdos; mi motivo y mi objetivo es demente>. Pero sin tener poder para matar, o cambiar, o esquivar el hecho, sabía igualmente que para la humanidad había fingido largo tiempo, y en cierto modo, seguía haciéndolo” (271). De esta forma, se incluyen múltiples microhistorias -como en este caso, el deseo de venganza del capitán- dentro de una macrohistoria narrada; se presenta también una atmósfera marina en donde la locura, los sentimientos de terror natural, la demencia, etc. Se relacionan y envuelven a los personajes haciéndolos participes y productos tanto de su ambiente como de su historia. Cuando Ismael dice: “gritaba más fuerte a causa del terror que había en mi alma. Había un mí un loco sentimiento místico de compenetración” (263) no apunta a otra cosa sino a esto último, pues la estrategia realista desemboca en que el hombre es expresión de su circunstancia real. 

Deseo, insatisfacción y trascendencia presentes en Caín de Lord Byron y en El Mortal Inmortal de Mary Shelley

En estos relatos se encuentran un sinfín de guiños a la insatisfacción de los protagonistas, uno de ellos, en el caso de Caín, radica en la sed por el conocimiento y por otro lado en El Mortal Inmortal, son a causa del amor no correspondido. Lo común entre ambos casos es que, para lograr satisfacer tales anhelos, el tema de “lo inmortal” tendrá un rol y un efecto importantísimo para Caín y Winzy, mortales quienes, tarde o temprano, deberán enfrentarse a la tal enigmática y desconocida concepción de muerte.  
Para Caín, heredero de la desgracia del pecado cometido por sus padres, Adán y Eva, le resulta vital el acceso a la razón y la ciencia pues de otro modo no logra nada sino mantenerse en la sentencia ingrata de haber sido privado del Edén, sentencia que muy bien se han dedicado mantener sus resignados familiares. Caín dice: “No es con la tierra, aunque labrarla debo, con quien en guerra estoy; […] es no poder millares de mis ilimitados pensamientos con la ciencia saciar; ver que no logro hallar alivios a mis mil temores de muerte y vida” (815). En el caso de Winzy, su insatisfacción no es por la maldición de nacer como se estila en el Caín, sino que va a tener directa relación con el actuar de Bertha, quien desdeñosa, termina rechazando a su enamorado en cuestión dejándolo en total desconsuelo.
Ambos personajes acuden a particulares medios para satisfacer sus deseos, En Caín, lo es Lucifer, señor de los espíritus quien con gusto ayudará al protagonista a tener acceso de la razón y librarlo de su hastío impuesto por un dios egoísta, por lo que le propone un viaje a otros mundos con el propósito de dar cuenta del miserable mundo en donde los situó dicho dios. Terminado este viaje, Caín dice: “He contemplado inmemoriales obras de interminables seres; recorrido los extinguidos mundos; contemplando la eternidad, pensé que ella me había prestado un poco más por unas cuantas gotas de las edades que contiene su inmensidad; mas ya de nuevo siento sólo mi pequeñez” (832). Ahora bien, en El mortal inmortal, el medio para la búsqueda de lo trascendental es la pócima del alquimista Cornelius. Winzy invadido por su despecho, decide tomar “la cura para el amor” sin saber que se trataba de un elixir para la inmortalidad. Al principio Winzy se mostraba incrédulo y se justificaba a sí mismo diciendo que, al haber tomado la mitad de la bebida quizás no era inmortal, sino que “más longevo”. Poco se demoró en dudar en aquello: “Mi frente estaba libre de arrugas, tan lozana como en mi vigésimo cumpleaños. Me sentía turbado. Miraba la marchita belleza de Bertha. Yo parecía su hijo” (6).

Tan pronto en que los protagonistas de estas obras logran de alguna manera alcanzar lo inalcanzable por medios sobrehumanos, tienen una concepción acerca de la muerta más cercana a las nociones de paz, misterio y oscuridad, pero por sobre todo por expedición y una oportunidad. Por ejemplo, para Caín, al haber tenido la posibilidad de ir al mundo de la muerte junto a Lucifer, concluye que esta no es más que un estado al cual no hay que temerle (827). Para Winzy resulta ser una alternativa para probarse a sí mismo respecto a su inmortalidad (9). 

Etapas de formación de Julien Sorel en Rojo y Negro.

Las etapas que vive Julien Sorel desde su primera aparición en donde se nos describe en el suelo, ensangrentado y llorando a causa de la pérdida de su libro favorito, hasta su poética ejecución, nos advierte el destino maldito que tiene el héroe romántico, destino que no puede conducirlo a algo positivo, sino que a la absoluta soledad. Las etapas de formación que vive Julien son muchas, pero las reduciremos a las siguientes: su llegada a la casa del señor Renal, su paso por el seminario, el periodo en la casa del marqués de La Mole, y finalmente, la cárcel en donde posteriormente será condenado a muerte.
Sin embargo, para poder analizar estos significativos periodos en su vida, es necesario dar cuenta de sus convicciones. En ese sentido, el catastro bibliográfico que se nos presenta es de suma importancia para conocer la interioridad de este personaje, pues con estos se trazan los marcos en los cuales Julien ejecutará sus futuras acciones y su actitud frente a estas. Ejemplo de esto tenemos cuando dice: “Estaré en Besançon; allí me alisto como soldado y, si es preciso, me voy a Suiza. Pero entonces ya no habrá para mí ambiciones ni éxitos, ni esa hermosa carrera eclesiástica que lleva a todas partes” (98). En esta cita se evidencia que la astucia y la ambición resulta un eje central. Julien tenía muy claro hasta dónde quería llegar y que haría todo lo posible por lograrlo. Estaba consciente de que las personas, como lo era el padre Chélan, eran más que nada un medio, pues en este caso, del padre dependía su porvenir, y aprenderse la biblia de memoria era una de las muchas estratagemas que empleaba para ello, entonces, “la vida de Julien se componía de una serie de pequeñas negociaciones; su éxito le preocupaba mucho más que el sentimiento” (124).
Mediante una negociación del destino entre el señor Sorel y el señor Renal, Julien llega a la casa del alcalde de Verrieres. Con la adquisición del traje negro y con el tratamiento de “señor” por parte de los anfitriones de la casa, Julien se muestra como otro hombre, como la gravedad en persona: “el sentimiento de orgullo que le producía el contacto de un traje tan diferente del que tenía costumbre de usar, le puso tan fuera de sí, y al mismo tiempo deseaba tanto ocultar su alegría, que todos sus movimientos tenían algo de brusco y alocado” (112). Lo crucial de esta etapa formativa es la figura de la señora de Renal, pues con ella experimentará los más violentos sentimientos, pero estos eran tomados como un deber heroico (139). En la relación del joven clérigo con la señora Renal, se evidencia tanto las digresiones de su actuar como amplicaciones; la vanidad en este sentido logra abarcar su cometido haciendo que oscile de un estado a otro: “ya no se acordaba de sus oscuras ambiciones ni de sus proyectos, tan difíciles de realizar. Por primera vez en su vida se sentía arrastrado por el poder de la belleza” (153); en otros casos se expone lo contrario: “Me interesa tanto más conquistar a esta mujer cuanto que, si algún día hago fortuna y alguien me reprocha mi modesto empleo de preceptor, podré dar a entender que el amor me indujo a aceptar este cargo” (169), sin embargo, a pesar de esto, la idea del “deber” y su orgullo de poseer a la refinada mujer nunca se apartó de su pensamiento.
Para su siguiente etapa, es el mismo padre Chélan quien recomienda a Julien al director del seminario, el padre Pirard (anteriormente, Chélan recomienda al joven clérigo al señor Renal). En este lugar descrito como un “infierno en tierra”, el héroe aprende una lección trascendental, pues llegar al poder que tanto se había planteado en un inicio era posible, pero, ¿a qué precio? “Lo que hacía de Julien un hombre superior fue precisamente lo que le impidió gozar plenamente de la dicha que se le ofrecía” (178). En este periodo se aprecia la dualidad entre lo noble y lo innoble. La reflexión, una de sus grandes habilidades, lo llevó a un punto tal que pareciera haber un quiebre en sus presupuestos, dándose cuenta de su gran error: “¡Desgraciadamente mi único mérito consistía en mis rápidos progresos, en la facilidad con que asimilaba todas esas mosergas! ¿Resultará acaso que en el fondo les conceden su verdadero valor? ¿Las tendrán en el mismo concepto que yo? ¡Y tenía la estupidez de sentirme orgulloso de ello! Los primeros puestos que he conseguido siempre sólo han servido para restarme puntos para los verdaderos puestos que se obtienen al salir del seminario y que son los que dan dinero” (290). Se describe este momento como el más difícil de su vida y este se puede enlazar con la propuesta que anteriormente le hizo su amigo Fouqué, en donde Julien se plantea dos caminos: el camino de sus sueños heroicos o bien, el de la mediocridad seguida de un bienestar seguro, pero esto, según Julien, sería como su muerte (297).  
Pasando por este momento, Pirard, quien ya ha visto en Julien una chispa, lo asciende al cargo de repetidor de las Sagradas Escrituras (309) y luego se lo recomienda al señor de La Mole a causa del gran potencial del joven Sorel. Poco tardó el marqués en darse cuenta de estas virtuosas aptitudes en Julien: “los demás provincianos que vienen a París lo admiran todo; éste lo odia todo. Los otros tienen demasiada afectación; éste no tiene bastante, y los necios le toman por un necio” (402). Ya instalado en la casa de los La Mole, Julien conoce a Mathilde, quien también percibe en Julien esa grandeza que iba por sobre sus defectos (449). La relación que más tarde Julien entabla con la señorita de La Mole sigue los fundamentos de la batalla. Ella es vista por Julien como un enemigo, y mediante ciertas astutas estrategias intenta poseerla, tal y como lo hizo con la señora de Renal. Con Mathilde, sintió amor propio tras experimentar la estimación que esta le tenía, lo cual provocó un “ascenso moral”; la experiencia de que Mathilde se declarara suya le hacía sentir una sensación similar a ser promovido: “Se sentía más asombrado que dichoso. La alegría que de vez en cuando embargaba su espíritu era como la de un subteniente, al que, después de una brillante acción, el general en jefe hubiese ascendido a coronel en el campo de batalla; se sentía elevado a una inmensa altura. Todo lo que la víspera estaba por encima de él ahora estaba a su nivel o por debajo” (483). No obstanante, a pesar del éxito de la vanidad, se muestra absorbido, nuevamente ante la belleza de una mujer (540). El esfuerzo sobre sí mismo para lograr sus calculados planes es, según el narrador uno de los rasgos más bellos que se debería destacar de Julien, (580). Asimismo, ser promovido al cargo de teniente por parte del marqués lo hacía pensar sólo en gloria y en su hijo. Julien ya sentía que su novela había terminado (604).
El hecho de que Julien fuera a dispararle a la señora de Renal por haberle arruinado los preparativos de boda con Mathilde lo lleva a la cárcel, su última etapa: “La ambición había muerto en su interior, otra pasión había surgido de sus cenizas, él la llamaba el remordimiento por haber asesinado a la señora de Renal” (633). Se declaró culpable y en ello demostró su honor. En su anhelada soledad reflexionaba: “tenía la poderosa idea del deber. El deber que yo me había impuesto, con razón o sin ella, ha sido como el tronco de un árbol robusto en el que me apoyaba durante la tormenta, Después de todo, no era más que un hombre … pero no era un arrastrado” (667). Como hemos visto, las virtudes de Julien como la perseverancia, su refinada memoria y perspicacia, de la mano con su orgullo y con la grandeza propia de un ser eminente, lo llevan a lograr y superar sus cometidos, pero su destino no podía ser sino el aislamiento total. No le faltó firmeza en aquel día soleado de su muerte, y fue este enfrentamiento el que le asignó su puesto como un hombre con carácter, con el valor de morir como un héroe.

Referencias:
Stendhal. Rojo y Negro. Trad. Antonio Vilanova. Colombia: Pinguin Random House Grupo Editorial, 2015

miércoles, 25 de enero de 2017

Comentario Lírico: Soneto XII de Fernando de Herrera

Fernando de Herrera alias “El Divino” fue un poeta del Siglo de Oro Español. Nació en Sevilla el año 1534 y murió el 1597, por lo que su obra se enmarca en el Renacimiento y en la transición al Barroco. Oreste Macrí lo describe como “el primer literato puro de Europa, centrado en la historia objetiva del mundo y en la historia poética, no menos verdadera, de su propio corazón” (1959 p.25). Herrera formó parte de amplios círculos de amistades con personas de elevada clase social, formó parte de una escuela de poetas en Sevilla y se sitúa también bajo el intelectualismo artístico-literario floreciente en España. Además, siguió la línea de Garcilaso quien mucho influyó en su obra.
De ese modo, nos legó una obra rica en la que se aprecia, mediante el recurso de la imitatio al Petrarquismo Español, en el que podemos ver predominantemente figuras que se rigen en los tópicos de amor cortés. Por imitatio refiero -a grandes rasgos- como una capacidad de replicar y aumentar posibilidades expresivas respecto a un modelo anterior, como por ejemplo sobre los cánones establecidos sobre la descriptio puellae como iluminada hasta llegar al extremo de la divinización y la estilización de la amada, entre otros tópicos actualizados y reelaborados que Herrera toma de la tradición.
En sus obras, se puede dar cuenta que el amor no tiene nada que ver con lo carnal, sino que es un amor totalmente espiritual, teniendo el alma como una verdadera sede del amor. Además, acoge la concepción de amor como estructura el universo armónico, en el cual en el caso de no corresponder el amor al amor, existirá un profundo quiebre que veremos más adelante.
El Soneto XII se encuentra en la publicación Algunas Obras. Dicho esto, para el estudio temático de este poema, en los dos cuartetos podemos dar cuenta de un Homo Errans, más que un Homo Viator, pues el hablante lírico se encuentra peregrinando totalmente perdido, en un Lugar Agreste. El Sol dorado y sus puros rayos, quienes representan y caracterizan a la amada[1], lo expulsa hacia este lugar árido. El hablante lírico se encuentra en un paisaje ingrato e inhóspito, privado de vida y luz, sin paz ni esperanza alguna, ha perdido toda armonía posible, todo se derrumbó cuando su amor no halló buen lugar. La descripción del paisaje refleja a su vez su temple anímico: el hablante se representa en completa soledad y aflicción
La relación entre el amante y la amada es una relación basada en la lógica del vasallaje feudal: ella es la señora y él su fiel vasallo, por lo que cuando la amada lo despoja de todo bien al rechazar tajantemente su sincero amor, rompe con la naturaleza cósmica. Los elementos de la naturaleza presentes en el poema como en la tierra y el Sol con sus rayos solares ya no cumplen con su orden natural: al amante le quitan sus tierras, por lo tanto, su estabilidad, lo destierran; los rayos del Sol le huyen, y sin luz ya no le queda vida, se encuentra sólo y con un corazón vencido en una atmósfera desolada que desarticula al amante.
Al decir que el paso a la esperanza se le cierra, da cuenta que no existe ninguna posibilidad de volver con la desdeñosa amada siendo así una siendo una Belle Dame Sans Merci le ha roto el corazón. Además, pareciera que el amante se encuentra en total descenso, pues pasa desde una ardua cumbre a un cerro. La “ardua cumbre” es utilizada como metáfora en otros poemas de Herrera[2] para representar el desafío y lo peligroso que significa para un amante alcanzar los requerimientos de una dama, por lo que se podría deducir en este poema de ese mismo modo, en el cual el hablante lírico pasó desde una gran cumbre a un cerro, para luego llegar a lo bajo, el principio de su guerra. En ese sentido, el amor es visto como lucha por su correspondencia, es decir, Militia Species Amor Est, carácter bélico del sentimiento amoroso llega a su fin, pues el amante perdió su batalla.
Ya en los tercetos, se nota un cambio, pues el hablante ya no se refiere a el mal paisaje en que camina, sino que se aprecia la oposición entre el pasado y el presente como el Fugit Irreparabile, “tanto bien representa la memoria, / y tanto mal encuentra la presencia”, contraposición que hace que el poema se estructure en torno a dos polos temporales: entre el pasado irrecuperable, bueno y dichoso y el presente desolador en donde se encuentra el amante. Esta construcción disémica, antítesis entre el bien y el mal es muy utilizada en la época. El hablante lírico encuentra tanto mal en el presente porque se ha cancelado esta relación amorosa. Cuando el corazón esta vencido, como amante ya no cumple sus funciones en la ley del universo.
Con las marcas textuales “tanto bien representa la memoria” / “huyendo el resplandor Sol dorado” / “Crueles despojos de mi gloria”, se puede deducir que existió la posibilidad de que el hablante lírico fue glorioso y que su amor fue correspondido, pues, en algún momento sel pasado, el Sol lo iluminó y envolvió con sus dorados rayos, y, el amante no se encontraba en este paisaje inhóspito y solitario. La dama en este caso, no siempre le fue desdeñosa, pues de haber sido así se evidenciaría que nunca el amante tuvo posibilidad con ella. Por el contrario, al amante le quedan antiguos pensamientos que lo molestan y le hieren mediante la memoria, quedando en este caso sólo los despojos, la basura, lo que sobró de aquella magnificencia, quedando sólo “desconfianza, olvido, celo, ausencia”. Este último terceto se encarga de concluir e intensificar su estado. El uso de exclamaciones en el último terceto es un epifonema que le da mayor intensidad al sentimiento del amante: resume y concluye su temple anímico, es decir, un espíritu afligido y atormentado del amante, el cual se encarga de reiterar mediante epítetos a lo largo de todo el poema su desesperanza diciendo “solitaria tierra”, “ardua cumbre”, “crueles despojos”, etc.
Este poema es un soneto con versos endecasílabos, dividido en cuatro estrofas: siendo dos cuartetos y dos tercetos en rimas consonánticas en estructura ABBA / ABBA / CDE / CDE.
Entre las figuras retoricas, como vimos anteriormente, se encuentra la personificación del Sol y sus rayos como la amada. El Sol en este sentido, es símbolo dador vida para el hablante lírico. Los rayos podrían verse como los brazos desdeñosos que ya no quieren sostener al amante. También esta figura retórica se representa cuando dice: “me desmaya el corazón” para dar cuenta de la interiorización del hablante, quien desconsolado se considera a sí mismo como un mísero rendido de su lucha. De esta forma, utiliza una apóstrofe “¿por qué cansáis a un mísero rendido?” que contiene un gran tono dramático para realzar su miseria como amante que reincide en una circularidad total de las quejas del hablante lírico a sus recuerdos.
Como conclusión, podemos decir que el soneto es perfecto en tanto todos los versos son endecasílabos y logran expresar con excelencia un temple anímico y una sensibilidad minuciosamente preparada por el poeta, además, en el soneto se percibe el espíritu de la época respecto a los códigos del amor cortés y sobre la relación del humano con la naturaleza que lo rodea. Es interesante que la naturaleza represente y se encuentre conforme a los estados del hablante, transformando consigo las funciones mismísimo del universo. Desprendemos también del soneto que, el amante ya había pasado los primeros pasos del amor cortés, siendo primero un amante fenhedor, luego pregador que consiguió el abrazo de los rayos solares de la amada, pero por motivos que desconocemos, la amada lo desterró de aquel locus amoenus en el que todo amante desea permanecer. Como revisamos en este comentario, el poeta utiliza una serie de recursos que mantienen una unidad del poema sobre la desdicha de un amor roto que no volverá a corresponder nunca más a causa de un factor no natural, factor que causó la inclemencia de la amada, significando que, mientras más miserable se encuentra el amante, más crece la amada desdeñosa. 



[1] Frecuentemente utilizado por Herrera para referirse a la amada mediante símbolos de Luz que implican belleza.
[2] Tópico presente, por ejemplo, en la Elegía VI (1998 p. 325)