miércoles, 25 de enero de 2017

Comentario Lírico: Soneto XII de Fernando de Herrera

Fernando de Herrera alias “El Divino” fue un poeta del Siglo de Oro Español. Nació en Sevilla el año 1534 y murió el 1597, por lo que su obra se enmarca en el Renacimiento y en la transición al Barroco. Oreste Macrí lo describe como “el primer literato puro de Europa, centrado en la historia objetiva del mundo y en la historia poética, no menos verdadera, de su propio corazón” (1959 p.25). Herrera formó parte de amplios círculos de amistades con personas de elevada clase social, formó parte de una escuela de poetas en Sevilla y se sitúa también bajo el intelectualismo artístico-literario floreciente en España. Además, siguió la línea de Garcilaso quien mucho influyó en su obra.
De ese modo, nos legó una obra rica en la que se aprecia, mediante el recurso de la imitatio al Petrarquismo Español, en el que podemos ver predominantemente figuras que se rigen en los tópicos de amor cortés. Por imitatio refiero -a grandes rasgos- como una capacidad de replicar y aumentar posibilidades expresivas respecto a un modelo anterior, como por ejemplo sobre los cánones establecidos sobre la descriptio puellae como iluminada hasta llegar al extremo de la divinización y la estilización de la amada, entre otros tópicos actualizados y reelaborados que Herrera toma de la tradición.
En sus obras, se puede dar cuenta que el amor no tiene nada que ver con lo carnal, sino que es un amor totalmente espiritual, teniendo el alma como una verdadera sede del amor. Además, acoge la concepción de amor como estructura el universo armónico, en el cual en el caso de no corresponder el amor al amor, existirá un profundo quiebre que veremos más adelante.
El Soneto XII se encuentra en la publicación Algunas Obras. Dicho esto, para el estudio temático de este poema, en los dos cuartetos podemos dar cuenta de un Homo Errans, más que un Homo Viator, pues el hablante lírico se encuentra peregrinando totalmente perdido, en un Lugar Agreste. El Sol dorado y sus puros rayos, quienes representan y caracterizan a la amada[1], lo expulsa hacia este lugar árido. El hablante lírico se encuentra en un paisaje ingrato e inhóspito, privado de vida y luz, sin paz ni esperanza alguna, ha perdido toda armonía posible, todo se derrumbó cuando su amor no halló buen lugar. La descripción del paisaje refleja a su vez su temple anímico: el hablante se representa en completa soledad y aflicción
La relación entre el amante y la amada es una relación basada en la lógica del vasallaje feudal: ella es la señora y él su fiel vasallo, por lo que cuando la amada lo despoja de todo bien al rechazar tajantemente su sincero amor, rompe con la naturaleza cósmica. Los elementos de la naturaleza presentes en el poema como en la tierra y el Sol con sus rayos solares ya no cumplen con su orden natural: al amante le quitan sus tierras, por lo tanto, su estabilidad, lo destierran; los rayos del Sol le huyen, y sin luz ya no le queda vida, se encuentra sólo y con un corazón vencido en una atmósfera desolada que desarticula al amante.
Al decir que el paso a la esperanza se le cierra, da cuenta que no existe ninguna posibilidad de volver con la desdeñosa amada siendo así una siendo una Belle Dame Sans Merci le ha roto el corazón. Además, pareciera que el amante se encuentra en total descenso, pues pasa desde una ardua cumbre a un cerro. La “ardua cumbre” es utilizada como metáfora en otros poemas de Herrera[2] para representar el desafío y lo peligroso que significa para un amante alcanzar los requerimientos de una dama, por lo que se podría deducir en este poema de ese mismo modo, en el cual el hablante lírico pasó desde una gran cumbre a un cerro, para luego llegar a lo bajo, el principio de su guerra. En ese sentido, el amor es visto como lucha por su correspondencia, es decir, Militia Species Amor Est, carácter bélico del sentimiento amoroso llega a su fin, pues el amante perdió su batalla.
Ya en los tercetos, se nota un cambio, pues el hablante ya no se refiere a el mal paisaje en que camina, sino que se aprecia la oposición entre el pasado y el presente como el Fugit Irreparabile, “tanto bien representa la memoria, / y tanto mal encuentra la presencia”, contraposición que hace que el poema se estructure en torno a dos polos temporales: entre el pasado irrecuperable, bueno y dichoso y el presente desolador en donde se encuentra el amante. Esta construcción disémica, antítesis entre el bien y el mal es muy utilizada en la época. El hablante lírico encuentra tanto mal en el presente porque se ha cancelado esta relación amorosa. Cuando el corazón esta vencido, como amante ya no cumple sus funciones en la ley del universo.
Con las marcas textuales “tanto bien representa la memoria” / “huyendo el resplandor Sol dorado” / “Crueles despojos de mi gloria”, se puede deducir que existió la posibilidad de que el hablante lírico fue glorioso y que su amor fue correspondido, pues, en algún momento sel pasado, el Sol lo iluminó y envolvió con sus dorados rayos, y, el amante no se encontraba en este paisaje inhóspito y solitario. La dama en este caso, no siempre le fue desdeñosa, pues de haber sido así se evidenciaría que nunca el amante tuvo posibilidad con ella. Por el contrario, al amante le quedan antiguos pensamientos que lo molestan y le hieren mediante la memoria, quedando en este caso sólo los despojos, la basura, lo que sobró de aquella magnificencia, quedando sólo “desconfianza, olvido, celo, ausencia”. Este último terceto se encarga de concluir e intensificar su estado. El uso de exclamaciones en el último terceto es un epifonema que le da mayor intensidad al sentimiento del amante: resume y concluye su temple anímico, es decir, un espíritu afligido y atormentado del amante, el cual se encarga de reiterar mediante epítetos a lo largo de todo el poema su desesperanza diciendo “solitaria tierra”, “ardua cumbre”, “crueles despojos”, etc.
Este poema es un soneto con versos endecasílabos, dividido en cuatro estrofas: siendo dos cuartetos y dos tercetos en rimas consonánticas en estructura ABBA / ABBA / CDE / CDE.
Entre las figuras retoricas, como vimos anteriormente, se encuentra la personificación del Sol y sus rayos como la amada. El Sol en este sentido, es símbolo dador vida para el hablante lírico. Los rayos podrían verse como los brazos desdeñosos que ya no quieren sostener al amante. También esta figura retórica se representa cuando dice: “me desmaya el corazón” para dar cuenta de la interiorización del hablante, quien desconsolado se considera a sí mismo como un mísero rendido de su lucha. De esta forma, utiliza una apóstrofe “¿por qué cansáis a un mísero rendido?” que contiene un gran tono dramático para realzar su miseria como amante que reincide en una circularidad total de las quejas del hablante lírico a sus recuerdos.
Como conclusión, podemos decir que el soneto es perfecto en tanto todos los versos son endecasílabos y logran expresar con excelencia un temple anímico y una sensibilidad minuciosamente preparada por el poeta, además, en el soneto se percibe el espíritu de la época respecto a los códigos del amor cortés y sobre la relación del humano con la naturaleza que lo rodea. Es interesante que la naturaleza represente y se encuentre conforme a los estados del hablante, transformando consigo las funciones mismísimo del universo. Desprendemos también del soneto que, el amante ya había pasado los primeros pasos del amor cortés, siendo primero un amante fenhedor, luego pregador que consiguió el abrazo de los rayos solares de la amada, pero por motivos que desconocemos, la amada lo desterró de aquel locus amoenus en el que todo amante desea permanecer. Como revisamos en este comentario, el poeta utiliza una serie de recursos que mantienen una unidad del poema sobre la desdicha de un amor roto que no volverá a corresponder nunca más a causa de un factor no natural, factor que causó la inclemencia de la amada, significando que, mientras más miserable se encuentra el amante, más crece la amada desdeñosa. 



[1] Frecuentemente utilizado por Herrera para referirse a la amada mediante símbolos de Luz que implican belleza.
[2] Tópico presente, por ejemplo, en la Elegía VI (1998 p. 325)

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