
Cerca de esas ventanas sombrías y
sin vista alguna se ubicaría Bartleby, el cual se mostró como un trabajador
ejemplar: “no se detenía para la digestión. Trabajaba día y noche, copiando, a
luz del día y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me
hubiera encantado aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero
escribía silenciosa, pálida, mecánicamente” (5). Días después, mientras que la
expectativa del narrador esperaba una obediencia inmediata, -así como cualquier
trabajador inmerso en el agitado mundo neoyorkino debiese actuar- se encontró con
una insólita respuesta: “preferiría no hacerlo” que desde aquí a lo largo de la
obra dominará el discurso del personaje.
La
perplejidad del empleador no se basaba en el enojo que fácilmente podría
describir a cualquier jefe, sino que lo que más le dejaba atónito era pensar:
“Si hubiera habido en su actitud la menor incomodidad, enojo, impaciencia o
impertinencia, en otras palabras, si hubiera habido en él cualquier
manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta”
(6). De este punto en adelante, en lugar de una evolución del personaje
Bartleby, se presenta una regresión en su desempeño laboral. Todos los copistas
estaban obligados a examinar su propia copia, pero Bartleby sólo hacía la
primera parte, siendo el narrador quien debía hacer este trabajo con sus otros
empleados. Sin embargo, la justificación que el narrador tenía para ello era
extraer entre sus raras peculiaridades, cualidades como: “Su aplicación, su
falta de vicios, su laboriosidad, […] su calma, hacían de él una valiosa
adquisición” (9).
Pronto
el narrador vería su oficina invadida por Bartleby, pues este la había
convertido en su residencia, y el gran problema de esta situación era que el
interés filantrópico del narrador no hallaba lugar, era incapaz de ayudar: “podía
dar una limosna a su cuerpo [a Bartleby]; pero su cuerpo no le dolía; tenía el
alma enferma, y yo no podía llegar a su alma” (11).
De
pasar a ser copista, a querer quedarse siempre en la oficina al punto de dejar
de seguir copiando causó que el narrador sintiera terror al pensar que esto ya
le estaba afectando seriamente en su estado mental, pues Bartleby hacía lo
insólito, lo que nunca debiese suceder como lo era el hecho de establecerse en
su oficina sin ofrecer ningún tipo de servicio como una carga inútil, hizo de
esta forma lo imposible a posible, es decir, algo extraordinario (13). Por
consiguiente, el narrador con fracasados esfuerzos de liberarse del siniestro
personaje, se tuvo que mudar de oficina. Bartleby se quedó estancado e inmóvil.
Nadie pudo sacarlo, y a pesar de que el narrador haya hecho todo lo
“humanamente posible” por salvarlo de su miseria (19), llegó a tal punto de ser
tomado preso por vagabundo. En la cárcel, en un sereno ambiente con espesos
muros, sin ruido y un suave césped se encontraba acurrucado, consumido en vida,
consumido por una sociedad indiferente, y consumido por su pálida desesperanza
de haber sido, según los rumores, un empleado subalterno en la Oficina de
Cartas Muertas de Washington.
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