Las
etapas que vive Julien Sorel desde su primera aparición en donde se nos describe
en el suelo, ensangrentado y llorando a causa de la pérdida de su libro
favorito, hasta su poética ejecución, nos advierte el destino maldito que tiene
el héroe romántico, destino que no puede conducirlo a algo positivo, sino que a
la absoluta soledad. Las etapas de formación que vive Julien son muchas, pero
las reduciremos a las siguientes: su llegada a la casa del señor Renal, su paso
por el seminario, el periodo en la casa del marqués de La Mole, y finalmente,
la cárcel en donde posteriormente será condenado a muerte.
Sin
embargo, para poder analizar estos significativos periodos en su vida, es
necesario dar cuenta de sus convicciones. En ese sentido, el catastro
bibliográfico que se nos presenta es de suma importancia para conocer la
interioridad de este personaje, pues con estos se trazan los marcos en los
cuales Julien ejecutará sus futuras acciones y su actitud frente a estas. Ejemplo
de esto tenemos cuando dice: “Estaré en Besançon; allí me alisto como
soldado y, si es preciso, me voy a Suiza. Pero entonces ya no habrá para mí ambiciones ni éxitos, ni esa hermosa carrera
eclesiástica que lleva a todas partes” (98). En esta cita se evidencia que la astucia
y la ambición resulta un eje central. Julien tenía muy claro hasta dónde quería
llegar y que haría todo lo posible por lograrlo. Estaba consciente de que las
personas, como lo era el padre Chélan, eran más que nada un medio, pues en este caso, del padre
dependía su porvenir, y aprenderse la biblia de memoria era una de las muchas
estratagemas que empleaba para ello, entonces, “la vida de Julien se componía de una serie de pequeñas
negociaciones; su éxito le preocupaba mucho más que el sentimiento” (124).
Mediante una negociación del destino entre el
señor Sorel y el señor Renal, Julien llega a la casa del alcalde de Verrieres. Con
la adquisición del traje negro y con el tratamiento de “señor” por parte de los
anfitriones de la casa, Julien se muestra como otro hombre, como la gravedad en
persona: “el sentimiento de orgullo que le producía el contacto
de un traje tan diferente del que tenía costumbre de usar, le puso tan fuera de
sí, y al mismo tiempo deseaba tanto ocultar su alegría, que todos sus
movimientos tenían algo de brusco y alocado” (112). Lo crucial de esta etapa formativa
es la figura de la señora de Renal, pues con ella experimentará los más
violentos sentimientos, pero estos eran tomados como un deber heroico (139). En la relación del joven clérigo con la señora
Renal, se evidencia tanto las digresiones de su actuar como amplicaciones; la
vanidad en este sentido logra abarcar su cometido haciendo que oscile de un
estado a otro: “ya no se acordaba de sus oscuras ambiciones ni de sus
proyectos, tan difíciles de realizar. Por primera vez en su vida se sentía
arrastrado por el poder de la belleza” (153); en otros casos se expone lo
contrario: “Me interesa tanto más conquistar a esta mujer cuanto que, si algún
día hago fortuna y alguien me reprocha mi modesto empleo de preceptor, podré
dar a entender que el amor me indujo a aceptar este cargo” (169), sin embargo,
a pesar de esto, la idea del “deber” y su orgullo de poseer a la refinada mujer
nunca se apartó de su pensamiento.
Para
su siguiente etapa, es el mismo padre Chélan quien recomienda a Julien al
director del seminario, el padre Pirard (anteriormente, Chélan recomienda al
joven clérigo al señor Renal). En este lugar descrito como un “infierno en
tierra”, el héroe aprende una lección trascendental, pues llegar al poder que
tanto se había planteado en un inicio era posible, pero, ¿a qué precio? “Lo que
hacía de Julien un hombre superior fue precisamente lo que le impidió gozar
plenamente de la dicha que se le ofrecía” (178). En este periodo se aprecia la
dualidad entre lo noble y lo innoble. La reflexión, una de sus grandes
habilidades, lo llevó a un punto tal que pareciera haber un quiebre en sus
presupuestos, dándose cuenta de su gran error: “¡Desgraciadamente mi único
mérito consistía en mis rápidos progresos, en la facilidad con que asimilaba
todas esas mosergas! ¿Resultará acaso que en el fondo les conceden su verdadero
valor? ¿Las tendrán en el mismo concepto que yo? ¡Y tenía la estupidez de
sentirme orgulloso de ello! Los primeros puestos que he conseguido siempre sólo
han servido para restarme puntos para los verdaderos puestos que se obtienen al
salir del seminario y que son los que dan dinero” (290). Se describe este
momento como el más difícil de su vida y este se puede enlazar con la propuesta
que anteriormente le hizo su amigo Fouqué, en donde Julien se plantea dos
caminos: el camino de sus sueños heroicos o bien, el de la mediocridad seguida
de un bienestar seguro, pero esto, según Julien, sería como su muerte (297).
Pasando
por este momento, Pirard, quien ya ha visto en Julien una chispa, lo asciende
al cargo de repetidor de las Sagradas Escrituras (309) y luego se lo recomienda
al señor de La Mole a causa del gran potencial del joven Sorel. Poco tardó el
marqués en darse cuenta de estas virtuosas aptitudes en Julien: “los demás
provincianos que vienen a París lo admiran todo; éste lo odia todo. Los otros
tienen demasiada afectación; éste no tiene bastante, y los necios le toman por
un necio” (402). Ya instalado en la casa de los La Mole, Julien conoce a
Mathilde, quien también percibe en Julien esa grandeza que iba por sobre sus
defectos (449). La relación que más tarde Julien entabla con la señorita de La
Mole sigue los fundamentos de la batalla. Ella es vista por Julien como un enemigo,
y mediante ciertas astutas estrategias intenta poseerla, tal y como lo hizo con
la señora de Renal. Con Mathilde, sintió amor propio tras experimentar la
estimación que esta le tenía, lo cual provocó un “ascenso moral”; la
experiencia de que Mathilde se declarara suya le hacía sentir una sensación
similar a ser promovido: “Se
sentía más asombrado que dichoso. La alegría que de vez en cuando embargaba su espíritu era como la de un
subteniente, al que, después de una brillante acción, el general en jefe
hubiese ascendido a coronel en el campo de batalla; se sentía elevado a una
inmensa altura. Todo lo que la víspera estaba por encima de él ahora estaba a
su nivel o por debajo” (483). No obstanante, a pesar del éxito de la vanidad,
se muestra absorbido, nuevamente ante la belleza de una mujer (540). El
esfuerzo sobre sí mismo para lograr sus calculados planes es, según el narrador
uno de los rasgos más bellos que se debería destacar de Julien, (580). Asimismo,
ser promovido al cargo de teniente por parte del marqués lo hacía pensar sólo
en gloria y en su hijo. Julien ya sentía que su novela había terminado (604).
El
hecho de que Julien fuera a dispararle a la señora de Renal por haberle
arruinado los preparativos de boda con Mathilde lo lleva a la cárcel, su última
etapa: “La ambición había muerto en su interior, otra pasión había surgido de
sus cenizas, él la llamaba el remordimiento por haber asesinado a la señora de
Renal” (633). Se declaró culpable y en ello demostró su honor. En su anhelada soledad reflexionaba: “tenía la
poderosa idea del deber. El deber que yo me había impuesto, con razón o sin
ella, ha sido como el tronco de un árbol robusto en el que me apoyaba durante
la tormenta, Después de todo, no era más que un hombre … pero no era un arrastrado”
(667). Como hemos visto, las virtudes de Julien como la perseverancia, su
refinada memoria y perspicacia, de la mano con su orgullo y con la grandeza
propia de un ser eminente, lo llevan a lograr y superar sus cometidos, pero su
destino no podía ser sino el aislamiento total. No le faltó firmeza en
aquel día soleado de su muerte, y fue este enfrentamiento el que le asignó su
puesto como un hombre con carácter, con el valor de morir como un héroe.
Referencias:
Stendhal. Rojo y Negro. Trad. Antonio Vilanova. Colombia: Pinguin Random House Grupo Editorial, 2015